NO HAY ESPACIO PARA HABLAR DE UN TIBET 'ESTABLE'
Por Damian Grammaticas Noticias de la BBC, Lhasa 15 de julio de 2010 Damian Grammaticas encuentra estrictas medidas de seguridad en una inusual visita escoltada al Tíbet El Palacio de Potala, antigua sede del Dalai Lama antes de huir al exilio, brilla a la luz del atardecer. Sus enormes muros rojos y blancos, que se elevan por encima de Lhasa, se destacan en contraste con los tonos de un azul profundo del cielo tibetano. Al otro lado del camino, los turistas chinos se aglomeran en una enorme plaza abierta. Música patriótica china Han, acerca de cómo desarrollar el extremo oeste de China, resuena desde los altavoces. Fuentes gigantes, iluminadas por luces de neón, el bailan al compás de la música. Frente al Palacio de Potala hay una enorme pantalla de televisión al aire libre, que también hace un gran estruendo con el sonido. Pocos tibetanos deambulan por las calles vendiendo baratijas a los turistas. A través de la multitud pasa un peregrino tibetano. Él tiene paletas de madera atadas a sus manos. Las utiliza para postrarse en el suelo delante del Palacio de Potala, luego se levanta, da tres pasos (la longitud de su cuerpo tendido) y se acuesta de nuevo. Es una forma tradicional tibetana de peregrinación, el recorrer la totalidad del viaje acostado. Una queja expresada con frecuencia por los tibetanos, es que ellos creen que su cultura tradicional está siendo erosionada por el gobierno chino. Justo en frente del Palacio de Potala las culturas parecen estar en conflicto. Recorrido controlado Desde hace dos años el Tíbet ha estado en gran parte cerrado a los medios extranjeros. Se nos permitió entrar con un pequeño grupo de periodistas, escoltados por guardaespaldas chinos. El objetivo de China era de convencernos de que las cosas vuelven a la normalidad, después de los graves disturbios que estallaron en toda la meseta tibetana justo antes de los Juegos Olímpicos en 2008, y que el dinero que China está invirtiendo para desarrollar el Tíbet está transformando el lugar. Pero la nuestra fue una gira muy controlada. Teníamos un programa establecido, guardianes que nos vigilaban por todas partes, y pocas oportunidades de hablar libremente con los tibetanos. Por todas partes había una escolta policial, y pasamos grandes convoyes militares que retumbaban por los caminos de montaña. Daba la impresión que China está nerviosa con su dominio sobre el Tíbet. Nos llevaron a la Universidad del Tíbet, un grupo de edificios modernos con la bandera china revoloteando por encima de ellos. Pero cuando tratamos de detener a algunos estudiantes tibetanos para hablar con ellos, los guardias de seguridad llegaron corriendo, se interpusieron entre nosotros, y espantaron a los estudiantes. En el Jokhang, el más importante templo budista del Tíbet, fui seguido y rodeado por al menos cuatro hombres de seguridad vestidos de civil. Fue cerca de aquí que estallaron los disturbios en 2008. Justo después de esos disturbios, otro grupo de periodistas fueron llevados al templo. Fueron rodeados por monjes que comenzaron a gritar que no había libertad en el Tíbet. Era una protesta altamente inusual en contra las políticas chinas. Preguntamos qué había pasado con los monjes, cuando un hombre de 29 años llamado Norgye, se adelantó. Esto no formaba parte de nuestro cuidadosamente fabricado recorrido. Con la mirada baja, Norgye miró avergonzado y profundamente incómodo a nuestras preguntas. Nos dijo que él había pasado por la reeducación patriótica y que ahora se daba cuenta del error en su manera de actuar. Cuando se le preguntó lo que habían querido decir cuando gritaron que no había libertad, Norgye susurró en tibetano a un monje mayor llamada Laba, el director de la oficina administrativa del templo: “¿Qué debo decir?” La débil respuesta que dio, fue que él simplemente había querido decir que no había tenido la libertad de ir fuera del templo durante los disturbios. La reeducación patriótica claramente tenía sus límites. Cuando le preguntamos a Norgye si él adoraba al Dalai Lama, el joven monje murmuró sí, pero el traductor oficial de inmediato nos dijo que él había dicho que no. 'Amor' por China Fuera del Jokhang, cientos de tibetanos rodeaban el templo, haciendo girar sus ruedas de oración y postrándose en el suelo. Policías chinos, algunos de ellos armados con armas automáticas, se marcharon a través de las multitudes y de los puestos de control. En los tejados claramente se podía distinguir tiradores vigilando a los peregrinos y cámaras de seguridad filmando todo. Fuimos apresurados por nuestros custodios para conocer a Hao Peng, Vicepresidente de la Región Autónoma del Tíbet. Él es chino y es uno de los hombres encargados por el Partido Comunista Chino para controlar al Tíbet. Los tibetanos, él recalcó, están contentos con su destino. “Todos los grupos étnicos como los tibetanos se han beneficiado mucho del progreso y el desarrollo que han sucedido en los 60 años transcurridos desde la liberación pacífica del Tíbet”, dijo. “La gente aquí sabe que ahora están disfrutando de las mejores condiciones de las que se ha tenido en el Tíbet. Así que la gente local ama a la China, les encanta el Partido Comunista.” Dijo que el fuerte operativo de seguridad en Lhasa sólo era necesario porque fuerzas fuera del Tíbet, encabezadas por el Dalai Lama, estaban tratando de crear problemas. “La camarilla del Dalai Lama y algunas fuerzas anti-China en la comunidad internacional se han puesto de acuerdo para fomentar el malestar en el Tíbet”, nos dijo. “Por eso tenemos que tomar muchas medidas para garantizar que haya estabilidad aquí. Así que lo que ven en las calles, la policía, las fuerzas armadas en servicio, son más que necesarios para mantener la estabilidad en el Tíbet”. Nos escurrimos fuera de nuestro hotel por la noche, en la oscuridad de los callejones de Lhasa, aunque guardias vestidos de civil trataron de seguirnos. En la noche los tibetanos susurraron que fueron acosados por las fuerzas de seguridad, que demasiadas chinos Han estaban inundando el Tíbet, arrebatando los trabajos de los tibetanos; que no le gustaba la presencia china, y que querían adorar al Dalai Lama, pero tenían que hacerlo en secreto. Sobre todo parecía que había miedo, la mayoría de los tibetanos tenían demasiado miedo de expresar abiertamente sus críticas a China. “En el pasado, otras personas como ustedes han venido de fuera del Tíbet, preguntando acerca de cosas como la política y la religión,” nos dijo un hombre con nerviosismo. “Algunos tibetanos les hablaban de esas cosas. La policía detuvo a los tibetanos y los encerraron. Así que en realidad no es una buena idea para mí hablar con usted sobre estos temas”, dijo. Otros tibetanos nos dijeron que había espías por todas partes escuchando todo. China está inyectando dinero a la región, con la esperanza de que el aumento del nivel de vida tibetano, lo que llama el desarrollo de salto de la rana, ganará más apoyo de los tibetanos. Pero parece que el miedo y la represión son al menos tan importantes para garantizar que China mantenga el control en el Tíbet.
Traducido al español por Lorena Wong.
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