TORTURA EN EL TÍBET
Con 19 años, Samdup Tsering del Condado de Pembo, cerca de Lhasa en el Tíbet, fue encarcelado durante seis años por las autoridades chinas por haber tomado parte en una manifestación pacífica de cuatro personas. Tsering logró escapar a la India en junio de 2005. Él comparte su experiencia de abusos en contra de los derechos humanos en su país de origen La historia de Tsering Samdup fue contada al escritor independiente Esmé McAvoy, con la ayuda del traductor tibetano Sonam Dolkar del movimiento Gu Chu Sum para ex prisioneros políticos. En junio de 1994, tres amigos y yo intentamos hacer una protesta en la Plaza de Barkhor en el centro de Lhasa. Sabíamos que estábamos corriendo un gran riesgo. Tres monjes de nuestro pueblo habían sido encarcelados por protestar, otro había muerto en la cárcel, mientras los demás se encontraban en mal estado de salud y con visibles cicatrices de tortura. Pero el encarcelamiento era un riesgo que estaba dispuesto a tomar, si ésto significaba la libertad para los tibetanos. Elegimos el día con cuidado. Sabíamos que habría mucha gente dando vueltas alrededor del templo y quemando incienso, queríamos asegurarnos de ser vistos por tantas personas como fuera posible. La nuestra era una simple marcha. Llevábamos una bandera tibetana y gritamos: “El Tíbet es un país independiente” y “China debería dejar al Tíbet.” Tomó menos de tres minutos para que la policía china nos rodeara y, a pesar de los ruegos de los espectadores de no arrestarnos; fuimos arrastrados a un jeep de la policía. Mientras nos alejábamos, una multitud gritó a la policía y arrojaron piedras al vehículo. Nos llevaron al centro de detención de Gutsa y una vez dentro, nos desnudaron delante de los otros prisioneros y nos dejaron allí por más de dos horas. Durante los dos primeros meses en Gutsa, fuimos golpeados y torturados horriblemente. Nos pusieron en celdas separadas. Yo estaba en una pequeña habitación de madera con otros 11 presos. No había suficiente espacio para estirar las piernas o para acostarse, por lo que teníamos que quedarnos todo el día en cuclillas. El desayuno era un pequeño pan y un té negro. No teníamos almuerzo. La cena era otro pedazo de pan con una cucharada de verduras. Todos los días a las 8am, un guardia anunciaba los nombres de los que iban a ser interrogados. Nos llevaban a diferentes salas de forma individual para ser interrogados y torturados. Las autoridades querían saber de dónde provenía la bandera usada en nuestra protesta y que quién nos había dicho que el Tíbet era un país independiente. Se negaron a aceptar mis respuestas y que nosotros mismos habíamos hecho la bandera, por lo que continuaron golpeándome. Entonces tenía 19 años y mis amigos 20 y 21. Los interrogadores pensaron que tibetanos adultos habían estado detrás de nuestra protesta y exigieron saber sus nombres. Usaron barras de hierro y un tubo de goma lleno de arena para pegarme, y porras eléctricas en todo mi cuerpo. Las mismas preguntas fueron hechas una y otra vez; como yo no les daba ningún nombre, las sesiones de tortura duraron a veces hasta cuatro o cinco horas. Después de seis meses de detención y tortura me llevaron a los tribunales de Lhasa para recibir la condena. No había abogados, sólo un juez, su ayudante y una persona que lee las sentencias. Fui declarado culpable de “participación en actividades separatistas” y condenado a seis años de prisión con suspensión de tres años a los derechos políticos de mi liberación. Fuimos trasladados a la cárcel de Drapchi, un lugar enorme con más de 2,000 presos; donde la tortura y los interrogatorios continuaron. Cuando los interrogadores no estaban contentos con mis respuestas, cerraban la puerta, ataban mis muñecas y me colgaban del techo con una cuerda mientras me golpeaban. Me doblaban las piernas y las ataban para que no pudiera estar de pie. Sus armas de electroshock podían hacer que uno se desmayara y que sangrara la nariz. Habían 240 presos políticos en mi complejo - el resto eran delincuentes comunes - y habíamos 12 de nosotros en una habitación. A todos los prisioneros se les asignaba trabajo duro y tuve que trabajar la tierra, cultivando hortalizas. A veces nos vimos obligados a hacer extenuantes ejercicios militares todo el día y éramos golpeados si eran demasiado lentos. En el invierno, los guardias disfrutaban haciendo que nos paráramos con los pies descalzos sobre el agua congelada durante horas, mientras se sentaban a observarnos. En verano, estábamos obligados a usar mantas pesadas y a pararnos fuera con el sol ardiente; o a hacer equilibrios sobre una pierna, con la otra estirada hacia el frente, balanceando una pequeña roca en la parte superior de nuestro pie. Si la roca se caía, uno era castigado. Un preso con lepra fue baleado por los guardias. Aseguraron que éste les había estado lanzando arena, pero las manos de aquel hombre estaban paralizadas y tenía los puños inútiles, por lo que lanzar cualquier cosa hubiera sido imposible. En mayo de 1998 hubo una protesta a gran escala de los presos demandando mejores derechos humanos y por la liberación de aquellos en confinamiento solitario. Los guardias respondieron con disparos al aire, una lluvia de balas y matando a uno de los prisioneros. Pude ver a un hombre de mi unidad ser brutalmente golpeado por 12 carceleros. Al menos seis prisioneros murieron ese día. El día de mi liberación en junio de 2000, habían amigos esperándome con bufandas de seda tibetana y regalos, pero no me fue permitido verlos. En su lugar me hicieron firmar papeles que no iba a hablar a nadie acerca de mi tiempo en la cárcel, me pusieron en un jeep y fui conducido directamente a mi casa. Mi abuela había muerto mientras estuve en prisión, en gran parte por su constante preocupación por mí. Mi sobrino, que había obtenido una plaza para estudiar en una universidad en China, fue expulsado una vez que se supo que su tío era un 'separatista'. Me tomó más de cuatro meses recuperarme. Sacaron sangre de mis brazos mientras estuve en Drapchi (nos enteramos que era para el ejército chino) y extrajeron líquido de mi columna vertebral en tres ocasiones. Mis riñones siguen estando dañados por los golpes y todavía tengo problemas estomacales y dolores de cabeza. Los funcionarios tibetanos asignados para vigilarme, en secreto me advirtieron que estaba en observación y que tuviera cuidado. Traté de encontrar trabajo en Lhasa, pero cada vez que obtenía un trabajo, no pasaba más de un par de semanas antes de que funcionarios chinos llegaran a intimidar a mis patrones, amenazándolos hasta que no tenían más remedio que despedirme. Luego abrí un pequeño restaurante con la ayuda de mi familia, pero después de unos meses me ví obligado a vender la casa por menos de la mitad de lo que había pagado por ella, debido a que yo podría crear un “ambiente contrarrevolucionario”. La vida era tan difícil en el Tíbet que no tuve más remedio que huir a la India. Me fui en febrero de 2005 y caminé durante 21 días para llegar a Nepal. Deliberadamente escogí una de las rutas más largas para que hubiera menos riesgo de ser atrapado, pero era peligrosamente escarpada y con grandes nevadas. Al llegar a Nepal y ver una gran fotografía de Su Santidad el Dalai Lama en la pared del centro de acogida de Katmandú, fue como un sueño. Entonces yo tenía un deseo real de conocer a su Su Santidad y lo obtuve en junio de 2005, cuando llegué a Dharamsala. Desde esa reunión, mi único impulso ha sido el de estudiar lo más que pueda. Hoy en día tengo un contacto muy limitado con mi familia. Los chinos saben que estoy en la India, pero no saben dónde. Desde aquí quiero poner mi granito de arena por la libertad tibetana - mis sentimientos desde esa jornada de protesta no han cambiado. Quiero ver una gran marcha por la paz desde la India hasta el Tíbet. Las marchas aquí no son lo suficientemente grandes como para hacer realmente una diferencia. Si queremos hacer algo por el Tíbet, este es el año para hacerlo. Después de los Juegos Olímpicos, nuestra lucha puede ser olvidada por el mundo. Puede ser que sea demasiado tarde. Yo protesté en el Tíbet por mi país, y pasaría de nuevo por la tortura hasta que seamos libres.
Traducido al español por Lorena Wong.
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