EL PASO DE HIELO: HISTORIA DE UN REFUGIADO Por N. Dhargyal y editado por Fiona Mallett Martes 5 de enero de 2010 El cielo estaba claro excepto por unas pocas nubes que se movían lentamente con el viento. A 15.000 pies sobre el nivel del mar, el aire se siente vigorosamente fresco y sin polución. Yo podía sentir la sensación de limpieza al inhalar el aire hacia mis pulmones y al exhalarlo fuera. Las montañas alrededor estaban cubiertas con nieve gruesa desde las fuertes ventiscas de las últimas dos semanas. Después de caminar por cuatro días, llegamos a la base del paso Nangpa-la; ésta era la última barrera antes de la libertad, luego podríamos asomarnos a la frontera nepalesa y cumplir nuestro sueño de ver a Su Santidad el Dalai Lama en el exilio. “Éste es un paso notorio”. Advirtió nuestro guía Topgyal, un hombre de mediana edad y cuerpo bien fornido y ágil, con un conocimiento experto de esta región montañosa. Años ayudando a sus compatriotas tibetanos a lo largo de esta ruta traicionera hacia el exilio, quienes estaban en busca de una mejor vida y libertad, lo habían vuelto un hombre fuerte. “El clima es impredecible en esta parte del paso y las peores fuerzas fronterizas chinas patrullan esta región”. Encendió un cigarro, exhaló una nube de humo, dejando éste fijo en un costado de su boca. “Y ellos no dudarán en disparar si nos ven. A estos bastardos no les importa matar tibetanos”, dijo él categóricamente. Un frío recorrió mi cuello, yo sabía que estábamos enfrentando una situación difícil. Y él continuó, “Una vida tibetana no cuenta para ellos. Por el contrario, obtienen un ascenso cuando regresan a su base; por cumplimiento de servicio”. Yo miré a mi amigo de infancia y compañero en esta huída, Tenzin, cuyo rostro se puso blanco de miedo. Él sacó de su mano derecha el rosario y comenzó a rezar silenciosamente. Yo puse mi mano sobre su hombro y le di unas palmadas. A través del grueso abrigo yo pude sentir sus huesos. “Estaremos bien, los dioses que habitan estas montañas mantendrán su mirada en nosotros”. Lo alenté, sabía que el riesgo involucrado era inmenso, pero teníamos que enfrentarlo. ‘Mi padre dice; “Si deseas algo con todo el corazón, nunca has de temer buscarlo, pues nada puede detenerte”. Entonces, las balas chinas no podrán impedir nuestra libertad’. Tenzin forzó una sonrisa revelando sus dientes blancos. Puso su mano sobre sus ojos para cubrirlos del sol mientras me miraba y movía su cabeza concordando. “Tienes razón, Dhondup”, dijo tras pensar por un momento. Su cabeza parecía grande y precaria equilibrándose sobre sus delgados hombros. “Hemos llegado tan lejos y es demasiado tarde para regresar. Además, hemos dado muchísimo dinero al guía”. Yo miré abajo, a sus pies, y noté una rotura en sus zapatos chinos de cáñamo y uno de sus dedos estaba a la vista claramente. De pronto me atrapó la preocupación al pensar en cómo podría cruzar este paso con ese zapato roto. Abrí mi mochila y saqué algo de carne seca de yak. Le di un buen pedazo a Tenzin y Topgyal. Ellos comenzaron a comerla con gran hambre. Yo engullí la mía en un dos por tres; no habíamos tenido un alimento efectivo desde que dejamos nuestro hogar hacía una semana. “Podemos tener suerte, nunca se sabe. A veces, dejan una frontera sin guardia cuando el clima está malo”. Dijo nuestro guía con la boca llena de carne, él ajustó su amuleto que colgaba desde su hombro con el codo mientras sostenía lo que le quedaba de carne en la mano. Yo miré al cielo y vi las águilas circulando muy alto sobre nosotros. Desee poder volar, así el escapar sería mucho más fácil. Partimos después del desayuno. Cuando comenzamos a ascender se hizo más difícil respirar y el viento helado nos daba en la cara. Tuvimos que cubrir nuestros rostros con bufandas. Las ráfagas de viento hacían un sonido aullador mientras soplaba rachas de nieve fresca a lo largo del camino. Nos encontrábamos caminando en fila de a uno, pues el camino era muy angosto. Mi mochila parecía volverse más y más pesada en la medida que el cansancio se apoderaba de mi cuerpo. Así es que tuve que adaptar mi postura para mantener el paso. La nieve hacía un sonido blando con cada paso y nuestras huellas eran lo único que quedaba atrás; las que eventualmente desaparecerían bajo la siguiente nevada. Después de alrededor de una hora, el paso se abrió hacia un valle de terreno plano de hielo. Nuestro guía se giró y dijo entre exhalaciones: “Como a las 4pm estaremos sobre el paso y luego todo el camino será de bajada hacia la frontera nepalesa”. Mi corazón latió con felicidad al darme cuenta de que la libertad no estaba tan lejos. Nos detuvimos brevemente para descansar antes de seguir. El sol estaba alto y la superficie en que estábamos era un río congelado. Yo divisé una tela roja algunas yardas más adelante cubierta con hielo congelado y nieve. “¿Qué es eso color marrón? Parece la túnica de un monje”, pregunté con asombro. Lancé mi mochila al suelo y avancé para mirar. “Algunos no lo logran”, dijo Topgyal, con cierta aceptación como si lo hubiera visto muchas veces, “Estos caminos traicioneros hacia la libertad reclaman sus vidas”. Nos detuvimos e inspeccionamos el cadáver que estaba congelado y bien preservado. “Es el cuerpo muerto de un monje”. Mi voz tembló con lamento pues nunca había visto un cuerpo humano sin vida y, además, de un monje. “Y al parecer, apenas tenía 17 o 18 años de edad”. Dijimos oraciones por su alma. Mi alegría anterior por la libertad se vio reemplazada por el pesar. Debe ser una gran pérdida para la familia del monje, y ellos nunca sabrán lo que le sucedió a su hijo. Estábamos mudos. Nadie dijo una sola palabra al continuar con nuestro viaje. “Mi padre fue monje”. Confesó Topgyal tras un momento, notando el silencio entre nosotros. “Pero, él fue obligado a dejar su vida monástica durante la Revolución Cultural”. Con ansias yo le pregunté, “¿Qué lo hizo dejar el monasterio? Después de todo debe ser un gran honor para él seguir las enseñanzas de Buda”. “Mi padre era un buen monje”. Nuestro guía sonaba orgulloso, “Él fue uno de los mejores alumnos que su maestro Geshe Ngawang haya tenido”. Su enfoque estaba firme en el camino. Yo podía ver su respiración condensarse en el aire frente a él como si siguiera fumando. “Las cosas empeoraron alrededor de 1966 cuando el Presidente Mao declaró la Revolución Cultural desde Beijing; cambiando lo antiguo con una nueva ideología”. Su voz tenía un tono fuerte, ya no estaba hablando sino más bien gritando. Alzó sus manos al aire para enfatizar su punto. “El Ejército Rojo destruyó casi todo lo antiguo y gran parte de la historia de Tíbet se fue por una zanja. Los monasterios fueron arrebatados de todas las estatuas del Buda de oro y plata que tenían siglos”. Luego él se detuvo en la mitad del camino, se giró hacia nosotros con sus manos en las caderas. Había tristeza y pesar en sus ojos. “Ellos forzaron a Geshe Ngawang a arrodillarse durante una de las sesiones públicas de lucha”. Buscó en su bolsillo delantero y sacó una fotografía en blanco y negro. Luego puso la foto ante mi rostro. Era de un monje mayor con mejillas hundidas mirando fijo al lente. “Ése es Geshe Ngawang. Mi padre me dio la foto antes de morir luego tras su liberación de la prisión china”. Las montañas nevadas se quedaron mudas en su soledad como si estuvieran lamentando, a excepción de nuestra conversación había un completo silencio. Pensé en que si él expresara su pensar en Lhasa, nuestro guía terminaría en prisión por lo menos por 5 años. Él continuó, “Luego, los guardias rojos llamaron a mi padre y le ordenaron abofetear y humillar a su maestro. Diciéndole que su maestro era un parásito y carga para la sociedad”. Sus ojos estaban húmedos y su rostro enrojecido; seguimos caminando. “Al principio, él se rehusó a hacer lo que le ordenaban. Pero, sus armas estaban apuntándole. No tuvo opción, excepto golpear a su propio maestro. Algunos años después de ese incidente, mi padre supo por sus amigos monjes que Geshe Ngawang falleció exhausto en el campo de trabajos forzados”. Gradualmente, el camino ascendía y curvaba alrededor de una montaña flanqueada a los lados por montañas más bajas. Cuando íbamos por la mitad eran como las 2 de la tarde. Topgyal comenzó a verse nervioso y nos pidió que nos apuráramos. Sus ojos estaban sobre las montañas alrededor. Nosotros comenzamos a percibir su tensión. Con temor en sus ojos, él dijo, “Estamos cerca del lugar donde una monja joven fue asesinada por la guardia fronteriza china el año pasado. Debemos seguir avanzando”. Topgyal tenía toda la razón para sentirse ansioso. Alrededor de las 2 y media hubo un gran ruido; hubo un eco que luego se desvaneció, luego, segundos después, llegaron balas justo al lado de mi pie. “¡Rápido, corran! ¡Nos están disparando!” Nuestro guía gritó mientras comenzaba a correr por el camino montañoso. Luego, se desató el infierno. Tenzin comenzó a llorar de terror. Yo le grité a mi amigo, “Corre Tenzin, corre, deja tu mochila si está pesada”. Él la soltó e intentó correr pero era difícil, entonces se arrastró en cuatro pies. Después de un rato hubo otro sonido estruendoso, esta vez llegó al suelo un poco lejos de nosotros; haciendo saltar la nieve en el aire. Este no era un lugar para esconderse, en este campo de nieve éramos tan visibles como un yak caminando a pradera abierta. Yo lancé mi mochila mientras corría, pero mis piernas parecían ponerse más pesadas. Yo trataba pero no podía correr, luego una de mis piernas cedió, aterricé de boca. Me las arreglé para levantarme y comencé a arrastrarme. Alcancé a Tenzin, “Vamos, rápido”. Cuando lo tome en su brazo, estaba caliente y húmedo. Había sangre saliendo de su manga. Él me miró y dijo, “Me dieron, Dhondup”. Él estaba temblando. Su voz sonaba como alguien quien ya había soltado su sueño cuando estaba tan cerca. “No te preocupes”, dije rápidamente, intentando confortarlo mientras observaba el área tratando de imaginar de dónde estaban disparando. “Estarás bien una vez que estemos sobre el paso. Vamos, apúrate”. Lo empujé tan rápido como pude. Mi corazón estaba latiendo fuerte en contra de mis costillas. Mi respiración era corta y rápida. A la distancia vi a Topgyal. Lo llamé, “¡Ayuda, ayúdame!”. Pero él estaba demasiado absorto en salvar su propia vida. Todo lo que yo podía ver era su espalda encorvada avanzando. Perdí todo sentido del tiempo, la cresta del paso era visible pero, estaba tomándonos muchísimo el llegar a ella. Luego hubo otro disparo, el sonido hizo eco en toda el área. Yo buscaba cubrirme llevando a mi amigo conmigo, sepultando mi rostro en la nieve. Miré hacia arriba en dirección a nuestro guía. Lo vi caer sin vida. Pensé que esta vez, él no lo había logrado porque el sonido del disparo fue maliciosamente cercano. Después de unos momento, el caos cedió y hubo un completo silencio nuevamente, excepto por el viento y mi corazón latiendo en mis oídos. Cuando pasamos a su lado, lo vi tendido boca abajo con sangre esparcida sobre el camino de nieve. Pude ver parte de su cerebro en el hielo. El francotirador había apuntado a su cabeza; el punto vital. Su mano todavía estaba firme en su amuleto, quizás pensó que su propio dios no se rendiría tan fácil. Viendo la situación, mi corazón deseó que yo pudiera darle a Topgyal un funeral adecuado, pero mi mente sabía que no había tiempo para ello. Así es que nosotros seguimos sintiéndonos mal por ver la muerte de un compatriota y que hubiera sido burlado por este ataque violento; nos encontrábamos tan desvalidos como conejos a campo abierto con un cazador apuntando su rifle. Mientras el silencio de los balazos se prolongó, yo me refugié en la esperanza de que podríamos escapar vivos y también tenía presente el terror de que la esperanza de permanecer con vida podría desaparecer con otro disparo. Pero nosotros nos aferramos a la vida. Nos las arreglamos para alcanzar la cima del paso y estar fuera del alcance de las balas, y seguimos con la lucha a través de la nieve congelada y el hielo. Yo estaba tan aliviado, me tendí sobre la nieve y cerré mis ojos, permitiendo a mi espíritu descansar y que mi corazón tan agitado se calmara. El terreno congelado pronto comenzó a pasar por mi ropa, mientras las sombras caían gradualmente desde el valle bajo nosotros y el sol se retiraba detrás de las montañas que permanecían dominando el paisaje en absoluto silencio. En el crepúsculo descendimos al valle que nos condujo hacia la frontera nepalesa. Desde allí seríamos libres, pero muy lejos de casa. ------------------------------------------------------- Tsewang Phuntso Oficial de Enlace para America Latina OFICINA DEL TIBET