BEIJING PIERDE SU OPORTUNIDAD PARA LA PAZ EN EL TÍBET El último aniversario del levantamiento de Lhasa de 1959, es una oportunidad para los líderes de China para tomar en serio las negociaciones con el Dalai Lama.
Por Thupten Jinpa
The Wall Street Journal / artículo de opinión
9 de marzo de 2010
El año pasado, escribí en estas páginas acerca de mi esperanza de que el 50º aniversario del levantamiento del pueblo tibetano del 10 de marzo, podría inspirar al Gobierno chino a reevaluar sus políticas y a adoptar un enfoque más realista sobre el Tíbet. Al conmemorar el 51 aniversario, está cada vez más claro que Beijing no es serio acerca de como resolver la crisis pacíficamente.
En respuesta a la insurrección de 2008 en el Tíbet, Beijing recurrió a una violenta represión y a una imposición más severa, de las mismas políticas que en primer lugar condujeron a las protestas. Estas incluyen una campaña de adoctrinamiento, de la intensificación de la llamada educación política para los monjes, así como la maliciosa denigración personal de Su Santidad el Dalai Lama. China dice que su ofensiva tiene por objeto evitar otra crisis, pero las acciones del gobierno sólo alimentan aún más el resentimiento local.
Mientras tanto, los esfuerzos para resolver las diferencias mediante la negociación parecen estar cambiando. Los representantes del Tíbet, fueron a Beijing en enero para sostener la novena ronda de conversaciones de las que se han producido esporádicamente desde 1981. Basándose en los resultados de la octava ronda en septiembre de 2008, hay pocas razones para el optimismo.
En esas reuniones, la parte tibetana presentó en Beijing el borrador de un proyecto de “Memorando para que todos los Tibetanos Disfruten de una Genuina Autonomía”. Este documento describe en detalle como los tibetanos pueden vivir en paz dentro de la República Popular de China -las peticiones del Tíbet incluyen la garantía de la aplicación de los derechos asegurados a los tibetanos dentro de la de la Constitución de la República Popular de China, tales como la libertad religiosa y una mayor autonomía en el gobierno local.
Beijing rechazó deliberadamente esta propuesta de buena fe. El gobierno chino se negó a hacer concesiones y, en cambio lanzó una ofensiva de propaganda contra el Dalai Lama, el líder exiliado de los tibetanos. De hecho, los líderes de China se han negado a reconocer los legítimos agravios del pueblo tibetano. En cambio, los líderes del país insisten en que “la camarilla del Dalai Lama” es responsable de agitar el problema en el Tíbet.
Beijing continúa afirmando que las políticas del Partido Comunista en el Tíbet son “totalmente correctas”. El gobierno de China insiste en que el único problema es la incapacidad del Dalai Lama de regresar del exilio. El gobierno permitirá que el Dalai Lama, que es ahora tiene casi 75 años, regrese a casa para pasar sus últimos años en el Tíbet, si y sólo si, expresa un profundo remordimiento por sus “errores”, como la “violación” de la constitución china al haber escapado al exilio a la India en 1959. Esta intransigencia es muy lamentable, tanto para el pueblo tibetano como para el pueblo de China, que aspiran a ver a su gran nación respetada en el mundo exterior.
Existen modelos de como un país maduro y civilizado puede hacer frente a las aspiraciones y preocupaciones de las personas con distintos patrimonios lingüísticos, culturales e históricos, sin perjuicio de la integridad de sus fronteras internacionales. Desde Quebec en Canadá a Escocia en Gran Bretaña, desde Cataluña, en España al Tirol en Italia, desde Groenlandia en Dinamarca a los lapones en los países nórdicos, no faltan ejemplos de diversas partes del mundo.
La clave en todos estos casos, es un verdadero reconocimiento de la legitimidad de los derechos de los pueblos interesados en salvaguardar su dignidad como pueblo con identidad propia, su idioma y su patrimonio cultural. Ese reconocimiento hace que sea posible diseñar mecanismos constitucionales y políticos que permitan que estas distintas características nacionales y culturales puedan desarrollarse con dignidad dentro de la gran familia nacional. El ejemplo de Hong Kong demuestra que, dada la voluntad política, Beijing también puede adoptar un enfoque similar.
Hasta el momento, incluso con su surgimiento como una potencia económica mundial, China está fallando tanto en la magnanimidad, como en la justicia cuando se trata del pueblo tibetano. Teniendo en cuenta que los tibetanos no tienen más remedio que continuar con su lucha, a pesar de lo doloroso que puede ser para los ciudadanos chinos comunes ver a los tibetanos quejándose de su nación. Para los tibetanos se trata de una cuestión de supervivencia como pueblo.
Al no aprovechar la excepcional oportunidad que ofrece el Dalai Lama, para resolver pacíficamente la cuestión del Tíbet dentro del marco constitucional de la República Popular de China, el liderazgo de Beijing está demostrando un déficit real en la habilidad creativa y en la valentía política. Si se permite que se deslice la preciosa ventana de oportunidad para lograr una solución duradera al problema del Tíbet, la historia juzgará a los dirigentes actuales de Beijing por haber hecho un verdadero perjuicio a la nación de China y a su orgulloso pueblo.
Los chinos educados que tienen acceso a la libre información, gracias al liderazgo conciliador y pragmático del Dalai Lama, están conscientes de que la independencia del Tíbet no está actualmente en la mesa de negociaciones. Nada garantiza, sin embargo, que esta cuestión no volverá, con toda la carga y la fuerza emocional inherente, una vez que el Dalai Lama se retire de un papel de liderazgo activo. Es hora de que el liderazgo de Beijing aproveche el momento.
El Sr. Jinpa ha sido el traductor principal para el Dalai Lama por más de 25 años. Traducido al español por Lorena Wong.